Yo no quería ser dramaturgo
Yo no quería ser dramaturgo, escritor, pintor, actor, o cualquiera de esos oficios raros y en un momento dado hasta metafísicos. Barrio de San Carlos Borromeo, anexo a la Central Camionera (Hoy Central Vieja), la única manera de salir del barrio era ser futbolista, boxeador, o abogado.
Crecí en el barrio de San Carlos Borromeo, anexo a la Central Camionera, a la antigua Zona Roja. Recuerdo con extrañeza sólo fragmentos: hombres de sombrero, danzón, la Sonora Santanera, mujeres vestidas de modo extraño, parejas besándose en la calle, alcohol, minifaldas, maquillajes cargados, mucho alcohol... eran los años 70, también recuerdo balazos, llanto, miedo, una palabra: "La Liga"... a los 4 años sólo quería jugar, olvidarme de los muertos, de los llantos, de los plomazos, de ese comentario raro sobre el Centavo Muciño: "El que lo mató es un rico, nada le van a hacer".
A los 8 años sólo quería jugar fútbol. Creo que quería irme, no volver. A los 9, a los 10, a los 11, sólo tenía un objetivo: irme del barrio. Comencé a trabajar a los ocho años. No me arrepiento. Pero el sueño era irse, ser un goleador, como Batata, ese delantero del América que era descarado y frontal. Salir, salir, no terminar trabajando de cargador en el Mercado de san Sebastián, o de obrero en una de las tantas fábricas de los alrededores.
En la primaria metí cien goles en un año. Soñaba. Tendría una casa, un carro, mis padres irían a visitar Roma, y mí esposa sería bellísima, y tendríamos tres hijos.
En 1988 el sueño se derrumbó. Ni tenía la capacidad física, ni mental, ni de actitud para ser nada. Terminé siendo velador en una llantera, porque ni siquiera pude acceder a la Universidad.
Me acostumbre al fracaso. Me acomodé al fracaso. Mis padres me decían que no era tan malo ser velador, o cargador en el mercado. No. Yo me consolaba un poco: por lo menos tendré qué comer, y algo de dinero para el cine.
En 1987 me hice Marxista, la decisión casi le cuesta la vida a mi padre, alguna vez la discusión fue tan fuerte que perdió la respiración. Pero me hice ateo, marxista, me alejé de la escala de valores familiares con todo y el miedo que eso implicaba.
Para 1989 tenía que elegir. Por mi familiaridad con el cine: un maravilloso y estupendo Andrei Tarkovsky, un sensible Rolan Bikov, el caos cotidiano de Godard, la profunda empatía con Woody Allen y Federico Fellini me hizo voltear hacia el cine.
Pero en Guadalajara no había escuelas. Mierda.
¿Qué había más parecido? Teatro.
Para 1992 mi decisión era apenas firme: No más sueños. El teatro tenía el monopolio de los sueños de Teófilo Guerrero.
Pasé hambres, depresión, miseria casi absoluta con un hijo,: Ernesto, que tenía hambre de todo. Por lo que terminé siendo un abogado mediocre en una misión muy importante, salvar al planeta.
Siempre, en cualquier etapa soñaba con una playera del Guadalajara en el pecho, anotando en una de las porterías del Estadio Jalisco, regalando una pequeña alegría a quienes tendrían que regresar al día siguiente a un trabajo de porquería, con un sueldo de mierda, y sin ninguna visión de futuro. Sin ninguna visión de futuro. Sin ninguna visión de futuro. Sin ninguna visión de futuro.
Un día tuve que escribir dramaturgia, por hambre. Y ahí me quedé. Ernesto, mi primogénito, necesitaba de algo más que sueños y coraje, necesitaba comida. Y me dediqué a trabajar, sin siquiera voltear a ver al Teófilo rojiblanco ganando un campeonato, y siendo elegido para el mundial. No. La realidad me mató los sueños, como acostumbra a hacerlo de las 6 de la mañana a las diez de la noche.
Un día, Carlos T. Mayagoitia me enseñó los secretos de la dramaturgia, y desde 1994 no he dejado de agradecerle infinitamente por haberle dado sentido a mi profesión.
Todavía hoy, veinte años después, al ver un partido de fútbol, sueño que yo soy ese delantero descarado y potente que vencerá al portero rival, que celebrará para su gente, el barrio, ese barrio al que el teatro no ha podido, todavía, darle un poco de consuelo para que pueda vivir su decadencia con dignidad.
Larga vida al barrio. Viva San Carlos Borromeo. Por la reivindicación de quienes sostenemos esta mentira llamada Ciudad de Guadalajara.
Teófilo Guerrero.