Todas las (señoritas) Julias del mundo.

10.11.2012 19:00

Fausto Ramírez dirige a grupo A La Deriva Teatro de Guadalajara, haciendo una intervención del famoso texto de Strindberg, Señorita Julia y lo titulan Todas las Julias del mundo. Se presentaron en un pequeño foro independiente llamado La Carrilla y ocuparon aún menos espacio del que el foro ofrece, pero apretujados cupimos más de ochenta personas.

Fue la primer obra con cupo limitado que se presenta en la muestra de este año y vienen varias más. Ya sabemos los problemas que implica tener una obra donde su concepto escénico o el espacio donde se presenta no pueda contener a más de cien personas: los enojos, los comentarios de porqué programan obras así, pero en general el mayor problema es que muchas personas que querían ver la obra se quedan sin verla.

Leo el último enunciado y siento que debo eliminarlo. La razón para no hacerlo es que, por más ocioso que se oiga decirlo, creo que ese es el mayor problema. La Muestra es un punto de reunión para muchas personas queriendo ver teatro y creo que la organización tiene el propósito de que el teatro sea visto, no sólo que la obras tengan sus funciones. Y para cumplir con su verdadero propósito necesita ingeniarse maneras de que las obras con cupo extremadamente limitado tengan funciones adicionales que, por lo menos, le dejen a los espectadores la sensación de que se intentó hacer llegar la obra a más participantes y público general, atendiendo así a la capacidad de convocatoria de público que tiene la misma Muestra. Sé que nunca se puede tener contentos a todos y que siempre encontramos algo de qué quejarnos, pero también sé que sí somos capaces de apreciar un esfuerzo por lograr lo propósitos más allá de las dificultades.

De vuelta a la obra. Hablando de nuevos montajes de obras clásicas parece ser que la forma lo es todo. Pero Fausto lleva a su equipo a reconocer que aunque el fondo de la obra parezca ya dado, actores jóvenes pueden encontrar lecturas que nazcan desde sus entendimientos, intereses y bagaje personal, logrando que no sólo la forma sea original, sino que el fondo sea también propio del montaje. Por supuesto, previo entendimiento de lo que el autor tiene que decir.

La escena consistió en un espacio de diez metros cuadrados con una lámpara colgante, una mesa y una silla pachangueras, otra silla convencional, una especie de banca para actores fuera de la acción y un aforo. Todos los artilugios y decorados teatrales fueron puestos verbalmente en nuestras cabezas y entonces comenzaron a vivir Julia, Juan y Cristina… hasta el canario, en su momento.

La naturalidad que en un principio sentí un poco trazada o forzada y luego mejoró, fue delineando personajes formados con las herramientas de los jóvenes actores guiados por un experimentado conductor. Fluctuaban entre las verdades de los personajes y sus propias verdades personales, salían y entraban en personaje, alternaban interpretaciones, nos mantenían a distancia. En sus capacidades expresivas vi diferencias, pero diferencias que atendían a sus diferencias como personas, la energía emanada estaba bien sincronizada.

Acabaron la obra haciendo 

uso del mismo telón imaginario que abrieron al principio.


  

Un trabajo afortunado para A la deriva. Intenso, tanto que al final parecen aun llevados por la inercia que les dejó el tren emocional que abordaron. Como actores en crecimiento este trabajo les suma y de nuevo confirma que el actor, sea cual sea su edad, puede ser y hacer todo lo que necesita una obra de teatro, incluso una obra naturalista ya universal.

Juan Carlos Valdez.

Fotogalería: Todas las Julias del mundo.

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